Hará ya unos cuantos días que asomaba la primavera, de la mano de almendros, prunos y otros árboles de la familia de las rosáceas. Belleza efímera que está ahora mismo más que pasada por agua. Es lo que tiene la primavera.
Aparte de la indudable belleza y el atractivo paisajístico de los almendros en flor, el clima que tengamos en esta época es clave para obtener una buena cosecha y que las próximas navidades no suba demasiado el turrón. Y es que hay tres factores que explican el éxito de una cosecha de almendras: polinización, lluvias y heladas.
El cultivo del almendro
Se cree que los fenicios introdujeron el cultivo del almendro en España hace más de 2.000 años y que posteriormente los romanos lo propagaron. Al principio se estableció en las zonas costeras, lugares donde sigue predominando y que se mantienen como los más productores – Andalucía, Región de Murcia y Valencia. Progresivamente ha ido introduciéndose hacia zonas de interior, en Aragón, Cataluña y Castilla-La Mancha.
Hasta 1960 la región mediterránea (España, Italia, Francia) era la principal abastecedora de almendra del mundo, pero los sistemas de producción tradicionales con variedades locales y técnicas anticuadas le cedieron el puesto al estado de California en EEUU, actualmente líder en producción gracias al cultivo intensivo en regadío de variedades seleccionadas.
Típicamente mediterráneo
El almendro es un frutal de zonas cálidas, al que no le gusta mucho el frío. De hecho requiere pocas horas-frío para fructificar (200-400), lo que explica que sean los primeros en florecer. De hecho, en cuanto asoma un poco el calorcito, se visten de fiesta. Tradicionalmente ha sido un cultivo de secano, muy tolerante a la sequía; aunque es capaz de producir almendras con 300 mm de precipitación anual. Eso sí, para que sea rentable su cultivo hacen falta como mínimo 600 mm (o poner riego por goteo). Respecto a la calidad del suelo, es poco exigente, pero los suelos que se encharcan con facilidad le sientan fatal.
Es, por tanto, un cultivo típicamente mediterráneo, que exige una distribución de las lluvias que interfiera poco con la floración, polinización y maduración del fruto. El problema del clima mediterráneo es que es intrínsecamente variable, por lo que, por si las moscas, hay que buscar soluciones que nos aseguren las almendras para los dulces de navidad.
La época de floración
Las plantaciones antiguas de almendros incluían generalmente una mezcla de variedades, de manera que siempre había árboles cuya floración coincidía junto con una población silvestre de insectos polinizadores, básicamente abejas, haciendo su trabajo. Así, aunque hubiera deficiencias en la polinización, estas no eran muy evidentes y no se solucionaba el problema.
Las plantaciones modernas, utilizan menos variedades, entre otras razones para lograr cosechas más homogéneas. Tampoco disponen de poblaciones sanas y abundantes de abejas y otros insectos polinizadores que acudan en masa a darse un festín con el néctar de las flores. Así, la polinización, que antes se daba “gratis” y espontáneamente es otro asunto más del que se tienen que ocupar agrónomos y agricultores, ya sea incorporando colmenas o utilizando variedades autocompatibles, cada vez más habituales.
En la polinización está la clave
Las variedades tradicionales de almendro son autoincompatibles, esto significa que el polen de una planta, aun siendo viable, es incapaz de fecundar a las flores de la propia planta y, por tanto, no podrá desarrollar una semilla. Es un mecanismo biológico muy frecuente que contribuye a la creación de variabilidad genética y que, en el caso de los almendros cultivados, hace necesaria la presencia de árboles polinizadores.
La fecha de floración no es algo fijo, varía según el clima reinante, influyendo sobre todo la temperatura. Cada variedad necesita una cantidad determinada de horas-frío, y normalmente van floreciendo, una tras otra, más o menos en la misma secuencia año tras año. Aunque variedades distintas puedan solapar durante un tiempecillo su floración, este puede no ser suficiente como para que a las abejas les de tiempo a visitar todas las flores y depositar el polen ajeno en el lugar correspondiente.
¿Cómo se soluciona el problema?
La primera opción es diseñar la plantación intercalando dos variedades compatibles entre sí que florezcan a la vez: un 66 % de la variedad elegida y un 33% de una “variedad polinizadora”. Se colocan además de 4 a 6 colmenas por hectárea, cuyos habitantes estarán trabajando a tope el tiempo que dure la floración.
La segunda opción es plantar de variedades autógamas, o autocompatibles con flores capaces de ser fecundadas por su propio polen.
¿Sabías que a los cultivos de almendros californianos las abejas llegan en camión procedentes de todo Estados Unidos?
Y es que para polinizar los almendros en flor, que ocupan unas 324.000 hectáreas, se suelen necesitar 1,6 millones de colonias de abejas domesticas. Se llegó incluso a traerlas desde Australia en avión, antes de que se prohibiera la importación de abejas por motivos sanitarios.
A las abejas no les gusta el mal tiempo
El clima no solo influye en el momento de la floración, también en el trabajo de los polinizadores. La lluvia o un viento superior a 24 km/h impiden el vuelo de las abejas. La temperatura ambiente ideal para estos bichitos está entre los 15-16ºC. Según disminuye van parando el carro, y si baja de los 10-12ºC directamente se van a la colmena, que están más calentitas.
Las heladas tardías, el peor enemigo.
Es un problema más acusado en el interior, aunque los almendros de zonas costeras tampoco se libran de ello. Con la manía de anticiparse al buen tiempo es fácil que una helada pille desprevenido al almendro vestido con sus mejores galas. Una helada justo en el momento de la floración o inmediatamente después se puede arruinar totalmente la futura cosecha.
Frente a este problema caben dos soluciones, la utilización de variedades de floración tardía y el cultivo en laderas soleadas. Esto último, además de esquivar de alguna manera a las heladas, favorece la actividad de las abejas.