“Francamente, querida, me importa un bledo” le contestaba Rhett Butler a Scarlett O’Hara al final de la película “Lo que el viento se llevó” cuando Scarlett le pregunta a Rhett qué sería de ella si él le abandonaba.
En castellano, un bledo es algo poco importante, insignificante, de poco o ningún valor. Esta misma expresión se puede utilizar con otros vegetales, como el pepino, el comino o el pimiento.
Pero, ¿Qué es un bledo?
Es una planta de la familia de las amarantáceas, entre las que se encuentran tanto malas hierbas como especies que se han utilizado como fuente de alimento desde tiempos de los aztecas. Originario de Centroamérica, ha conquistado el mundo entero gracias a sus superpoderes de mala hierba.
El bledo mala-hierba, el Amaranthus retroflexus en nuestro entrono, es una planta que se desarrolla en verano, con el calor. Tolera la sequía y responde a la abundancia de nutrientes; su favorito es el nitrógeno. Para evitar que las plantas cultivadas le hagan sombra, su tallo crece muy rápido en busca del sol y las sobrepasa. Produce muchísimas semillas, capaces de germinar en distintas condiciones.
Además, no se elimina tirando de ganado porque puede ser tóxico debido a un exceso de nitrógeno en las hojas. Tampoco acabarás con él empleando herbicidas porque es resistente a algunos de ellos, glifosato incluido.
En consecuencia, es un verdadero quebradero de cabeza para los agricultores. Si será “cochina” esta mala hierba que los ingleses le llaman pigweed.
¿Y qué ocurre con los bledos?
La versión original en inglés de la famosa frase es “Frankly, my dear, I don’t give a damn”. Traducido es nuestro “me importa un bledo” aunque en inglés suena algo más fuerte.
Y es que literalmente “damn” significa “maldición”, y los bledos están empezando a convertirse en una maldición para los agricultores de algunos estados sureños norteamericanos, donde se llegó incluso a cometer un asesinato por su culpa.
Daños en los cultivos
Sería mejor decir que una especie de bledo, Amaranthus palmeri, está en el origen de una lucha entre malas hierbas y herbicidas que ha acabado derivando en un enfrentamiento entre agricultores. Y, para complicar más aún las cosas, los cultivos transgénicos de soja y algodón aparecen como personajes de esta historia.
El amaranto es una mala hierba que puede llegar a ser muy dañina en cultivos de verano de tamaño medio como la soja o el algodón, e incluso en el maíz. Allá por los noventa se crearon las primeras semillas transgénicas de estos cultivos, resistentes al glifosato. Se utilizó con tanta alegría que el amaranto tardó poco en hacerse resistente a ella.
¿Sabías que el “bledo de Palmer” puede provocar pérdidas en las cosechas de hasta un 91% en maíz y 79% en soja?
Pero las compañías de agroquímicos (Monsanto y BASF en concreto) disponían de un arma alternativa para acabar con el díscolo bledo, el herbicida Dicamba. Pero se evaporaba con rapidez y se dispersaba por el aire, causando graves daños a la vegetación de los alrededores (se estimó que es 75-400 veces más peligroso para plantas no objetivo que el glifosato).
Pero, para muchos el problema gordo estaba en que la soja convencional es sensible a su acción, incluso a muy pequeñas concentraciones. Por ello desarrollaron variedades transgénicas tolerantes al Dicamba a la vez que se trabajaba en una nueva versión del herbicida que no diera tantos problemas.
Aquí es donde entran la naturaleza humana.
Las semillas se pusieron a la venta antes de que las autoridades dieran vía libre al uso del herbicida que venía en el pack. El caso es que el bledo seguía haciendo de las suyas, y algunos agricultores que habían invertido mucho dinero en la nueva soja transgénica veían cómo esta planta amenazaba con arruinarles la cosecha. Y desoyendo la advertencia de la casa de semillas y productora del herbicida, decidieron recurrir a la versión antigua del Dicamba, aunque fuera ilegal su uso.
Y así comenzaron los problemas entre agricultores, que llevaron al asesinato de uno de ellos. Lo que antes se solucionaba de palabra y con pequeñas indemnizaciones entre vecinos, ahora quedaba sin arreglo, ya que una de las partes sabía que estaba haciendo algo ilegal. Se crearon dos bandos: los que utilizaban el producto y los afectados por él.
A pesar de las quejas que ya iban llegando y de las advertencias de algunos científicos, varios grupos de presión consiguieron que la EPA (la agencia ambiental estadounidense) aprobara cuanto antes la versión nueva del Dicamba argumentando que los agricultores lo necesitaban para controlar todas esas malas hierbas que el glifosato ya no era capaz de eliminar. Pero como resulta que las prisas son malas consejeras y poderoso caballero es ‘Don Dinero’, este nuevo Dicamba, aun siendo casi tan malo como el anterior, ya se puede utilizar.
Y vaya si se utilizó
Según estimaciones, dañó más de 3.1 millones de acres (12.545 km cuadrados) de soja convencional en al menos 16 estados, algunos de ellos importantes productores de soja. Tanto, que Arkansas prohibió la aplicación del herbicida en lo que quedaba de campaña y aumento las multas por uso ilegal. Missouri y Tennessee endurecieron las normas de uso y varios estados se quejaron a la EPA.
Y esto es todo, amigos. Así están las cosas. La próxima vez que pronunciéis la frasecita acordaos de la que puede liar un simple bledo.
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Por alusiones, los dos cultivos transgénicos que aparecen en esta entrada solicitan que os leáis esta entrada para saber más de ellos: ¿CUÁLES SON LOS PRINCIPALES CULTIVOS TRANSGÉNICOS?