Las olas de calor veraniegas han venido para quedarse y más de uno se ha quejado de estar “sudando como un cerdo”. Pues bien, nos vais a perdonar por fastidiaros la expresión, pero es que resulta que los cerdos NO sudan.
Los cerdos apenas tienen glándulas sudoríparas, por lo que no pueden aliviar su calor sudando. Su único recurso fisiológico es jadear, como los perros, pero resulta de poca ayuda. Un cerdo que viva al aire libre en el campo en plena canícula haría lo mismo que cualquiera de nosotros, buscar la sombra y un charco de agua para refrescarse.
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Pero ¿Qué sucede en las naves de cerdos intensivas?
Allí se juntan unos cuantos animales, y ya sabemos todos lo que ocurre cuando se reúne a mucha gente en un local cerrado; aparte del olor, también se siente el calor humano. Las personas nos quejamos, sacamos el abanico o pedimos que den más caña al aire acondicionado.
El control de la temperatura es más complicado de lo que parece
¿Quién vela entonces por el bienestar de los cerdos? Muy sencillo, el ganadero. Aparte de estar obligado por la ley, es el primer interesado en que sus animales estén a gusto. Si tienen demasiado calor, a los cerdos les pasa lo mismo que a nosotros, se les va el apetito y si no comen no crecen y tardan más en alcanzar el peso óptimo para su sacrificio.
Un exceso de calor en la granja implica pérdida de dinero. No solo el crecimiento es más lento, además, disminuye la productividad y la fertilidad de los machos reproductores, causa problemas en la gestación y favorece la mortalidad de lechones recién nacidos. De igual forma, el calor acentúa el olor y los gases nocivos (CO2, CH4, NH3) producidos por los animales.
La temperatura, un factor clave
Así que la temperatura es uno de los factores ambientales más importantes a controlar en una granja de cerdos. El problema es que el ganadero no puede girar la ruedita del termostato o darle al botón del aire acondicionado. Y no puede por varias razones.
- La primera: la sensación térmica de calor no depende solo de la temperatura. La velocidad del aire (a mayor velocidad mayor sensación de frío), la humedad ambiental (en exceso dificulta la evaporación corporal) o incluso el tipo de suelo, también influyen. Así que todos esos factores hay que controlarlos.
- La segunda: Las necesidades térmicas de los cerdos cambian según la fase productiva en la que se encuentren. Los lechones recién nacidos necesitan calorcito (en torno a 30 °C), las cerdas que van a parir un fresquito moderado (en torno a 20 °C) y los cerdos al final del cebo son muy sensibles al calor, teniendo su zona de confort térmico (cuando están a gustito, ni frío ni caló) entre 16 y 26 °C.
- La tercera: con temperaturas ambiente de más de 40º C hay que tener en cuenta que en el interior de las naves es aún mayor. Para conseguir una temperatura de 20ª C, la recomendada, hay que recurrir a sistemas de climatización sí o sí. Y eso supone gasto de energía, inversión en equipos y en mantenimiento.
Ya que los cerdos no pueden ir a la playa, se lleva la playa a los cerdos.
El aire acondicionado queda descartado. Toca buscar otros sistemas que gasten menos energía y, como en tantas ocasiones, la naturaleza ha inspirado a los ingenieros la solución óptima.
El primer paso luchar contra las altas temperaturas es hacer bien las cosas desde el principio: diseñar la granja de manera que se caliente lo menos posible y se enfríe y ventile lo mejor posible. Esto se consigue colocando las naves para aprovechar los vientos dominantes y sobre todo aislando los edificios.
El segundo es la ventilación. Es básico asegurarla porque regula la temperatura, aporta oxígeno a los animales y elimina gases nocivos, exceso de humedad, polvo y malos olores. Se puede lograr de manera pasiva situando ventanas y aberturas en los tejados para crear corrientes de aire. Como no suele ser suficiente, se recurre a la ventilación forzada, que fuerza el movimiento del aire, sacando el aire viciado del interior de la nave para introducir uno limpio.
A falta de abanico, un poco de ayuda
Y si hace mucho calor, lo lógico es que ese aire limpio que entra también esté fresquito. Esto se consigue mediante mecanismos que imitan la evaporación natural, justo lo mismo que ocurre por ejemplo a la orilla del mar o de un río, o en una espalda empapada de sudor. El aire caliente, al desplazarse sobre una superficie con agua abundante, evapora parte de esa agua absorbiéndose calor en el proceso, por lo que se convierte en una brisa refrescante.
Los dos sistemas más empleados para imitar este fenómeno son el cooling system (una corriente de aire que es impulsada a través de paneles húmedos) y la nebulización (atomización de agua a alta presión, justo lo mismo que ponen ahora en muchas terrazas de verano).
Ale, ya tenéis una historieta que contar a los amiguetes, cuando estéis fresquitos, en una terraza, con su buen ventilador y sus nebulizadores, tomando unos pinchitos morunos.