A principios de septiembre, el diario «El País» publicó un reportaje acerca de un estudio científico que, de nuevo, cuestiona la bondad de los alimentos ecológicos. Hay que aclarar que no es un estudio sino un metaestudio, publicación que revisa los estudios científicos más relevantes hasta el momento y saca las conclusiones pertinentes. Por ello puede achacársele que no están todos los que son y que realmente para sacar conclusiones válidas, son necesarios estudios que comparen ambos tipos de alimentos en igualdad de condiciones (tipo de suelo, clima, variedades y razas, manejo agrícola o ganadero, etc.).
De todas maneras, la conclusión de este metaestudio es que, en base a la literatura publicada, no hay una evidencia fuerte de que los alimentos orgánicos sean mucho más nutritivos que los convencionales. También llegaron a la conclusión de que el consumo de alimentos orgánicos puede reducir la exposición a residuos de plaguicidas y bacterias resistentes a los antibióticos.
Muchos medios de comunicación generalistas se apuntaron enseguida al eterno debate “producto ecológico sí o no”. El problema es que los titulares se quedaron en que los productos ecológicos no son ni mejores ni más sanos, pero sin olvidar que son más caros. El Comidista en su blog hace un resumen que coincide prácticamente con mi opinión personal del tema, así que yo me dedicaré a intentar explicar por qué suelen ser productos más caros.
¿Por qué son más caros?
El primer problema es que hay tantas maneras distintas de producir alimentos que comparar lo convencional con lo ecológico así “a bulto”, es cuanto menos arriesgado. Puede haber productos no certificados como ecológicos pero tan cuidados en su proceso de producción y elaboración, que tengan una calidad excepcional y otros ecológicos que acaben siendo simplemente “normalillos”. Hay muchos factores productivos que influyen en la calidad de los alimentos que no tienen por qué ser necesariamente exclusivos de la producción ecológica. Simplemente el productor ecológico se compromete a seguir unas normas – en nuestro ámbito establecidas por la Unión Europea – y unos organismos de certificación controlan que así se hace, en cuyo caso permiten al productor poner el logo correspondiente que identifique su producto como ecológico.

Ordenadas de una menor a mayor “naturalidad” tenemos la agricultura y ganadería intensiva, la extensiva, la ecológica y la biodinámica. Aquí me centraré en la producción intensiva y la ecológica, ya que los alimentos producidos de estas dos maneras – verduras, leche, huevos…- suelen ser los protagonistas de los debates. La agricultura biodinámica es un paso más en la ecológica, pero no está tan generalizada.
La producción intensiva intenta producir la mayor cantidad de alimento, en el menor tiempo posible y al menor coste, para lo cual tiene que sortear las limitaciones que impone la naturaleza. Esto lo ha conseguido al desarrollar variedades de plantas y razas de animales mucho más productivas que sus antecesores pero que necesitan el constante cuidado del hombre para lograr esa gran producción. Esos cuidados se traducen en la utilización de compuestos de síntesis como abonos químicos, productos fitosanitarios también (mal) llamados pesticidas, antibióticos para el ganado y aditivos en los piensos. Otros factores importantes de la producción intensiva son el esfuerzo por lograr una mayor producción por unidad de superficie y la dedicación a un solo tipo de especie animal o vegetal; lo que genera una especie de “efecto guardería”: muchos niños/plantas/animales inmunológicamente poco desarrollados en un espacio limitado que son pasto de virus, bacterias y demás agentes patógenos malvados.

La agricultura ecológica sin embargo, trata de “trabajar con la naturaleza” y por tanto evita utilizar los compuestos antes citados, lo cual supone limitaciones importantes en la productividad. Por ejemplo, nada de monocultivos, hay que ir cambiando la especie cultivada cada año en cada parcela para mantener la fertilidad del suelo y tener a raya las plagas. La prevención es básica y se opta por utilizar variedades resistentes a las plagas y enfermedades propias de la zona, que suelen ser más rústicas y menos productivas. Para luchar contra malas hierbas nada de herbicidas que las matan en un santiamén, solo se pueden eliminar con medios mecánicos, más tedioso y menos efectivo. Para luchar contra las plagas de insectos, prevención y más prevención, la ayuda de los animalillos del campo y alguno de los productos permitidos. El ganado por su parte se criará al aire libre (eso significa tener o mucho terreno o pocos animales) y, a ser posible, será de razas autóctonas acostumbradas a pasar frío y calor y a triscar por los montes para buscarse el alimento. Estos animales suelen ser más resistentes a las enfermedades comunes, pero si caen malitos se llama al veterinario homeopático (en casos graves se puede recurrir a medicamentos convencionales aprobados por el reglamento).

Como es de esperar, la producción ecológica prohíbe la utilización de Organismos Genéticamente Modificados. Este detalle es destacable, porque es un rasgo característico de este tipo de producción y evita al consumidor OGM-fóbico tener que revisar las etiquetas de los alimentos convencionales en busca de ingredientes procedentes de OGM (aunque realmente, al menos en España hay muy pocos). De todas maneras, el reglamento tolera un porcentaje mínimo del 0.9 % de OGM, porque admite la posibilidad de que un cultivo ecológico acabe contaminado con polen de variedades transgénicas; lo cual está suponiendo un problema importante a los productores ecológicos.
Así, si no queremos forzar a la naturaleza, primero es imprescindible conocerla a fondo y después aceptar que nos dará lo justo y un poco más para alimentarnos. Trabajar con ella supone asumir sus limitaciones y su complejidad, que no se va a conseguir la misma producción todos los años, en cuanto a cantidad y calidad, de la misma manera que hay añadas mejores y peores de vinos. Por ejemplo, una vaca alimentada principalmente a base de pastos dará menos leche y su color y sabor variará según las estaciones. Eso es lo natural, justo lo que bebían nuestros abuelos, pero me juego a que más de le parecería que “sabe raro”.
El valor añadido de un producto ecológico
Entonces tenemos un producto en el supermercado con sus logos de AE, y que cuesta el doble. Ya nos contaron en la última campaña publicitaria, (por cierto esta del Ministerio de Agricultura no dice en ningún momento que sean mejores) que comprándolo contribuimos a conservar el medio ambiente, que los animales vivan a tutiplén, que es un producto auténtico etc.
Pues eso es lo que les hace costar más dinero. Lo de cuidar el medio ambiente y lo del bienestar animal se supone garantizado al llevar el logo de producto ecológico. Lo de no llevar residuos de pesticidas (mecachis, otra vez, fitosanitarios) ni antibióticos ni OGMs, a mí me parece que es su mejor argumento. Aunque ojo, hay que recordar que estamos eligiendo entre un producto que puede llevar residuos de una lista de productos fitosanitarios autorizados para AE a otro que puede llevar, o no, un rango más amplio de estos productos, eso sí en ambos casos siempre debajo de unos niveles permitidos legalmente.
Respecto a la calidad nutritiva y el sabor ahí ya o te fías de los estudios científicos o directamente lo compras y lo pruebas, que productores ecológicos los habrá mejores y peores, como en todos lados. Yo intuitivamente diría que tiene más nutrientes y más antioxidantes el tomate Mauricio que K-44 pero estoy a la espera de que me lo confirme el método científico.
¿Y qué hacemos?
Desde hace bastante tiempo nos hemos acostumbrado a tener un suministro continuo y abundante de alimentos, con la misma calidad y apariencia año tras año. Eso, que en sí no es malo ni bueno ha sido posible gracias a las prácticas agrícolas y ganaderas convencionales, cada vez más intensificadas. Sin embargo ahora empezamos a echar de menos otros valores – sabor, frescura, nutrición, bienestar animal, etc. –. La buena noticia es que podemos conseguir alimentos que posean o representen esos valores.
Para mí lo ideal es buscar el producto fresco de proximidad y de temporada, y si es ecológico mejor que mejor, aunque todavía resulta difícil conseguirlos (cómo envidio los “farmers market” y la compra directa en granjas de países anglosajones). Paso de los productos ecológicos producidos fuera de España, porque se pierde la frescura, el transportarlo sube la huella de CO2 y por un poquito por chovinismo, ¡qué narices!, que el sector está creciendo en España y hay que ayudarlo.
¿Sabías que la superficie dedicada a producciones ecológicas ha aumentado en España de 13 a 15.600 hectáreas en 17 años?
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He aquí un tomate de una variedad local madrileña, no ecológico, pero muy rico y a un precio razonable. Aparecen solo en temporada, si te interesa, estate atento. Fuente: Jesús López. |
También me gusta comparar productos cuyo supuesto valor añadido se publicita hasta la saciedad – que si natural, receta tradicional, con aceite de oliva (aunque no alcance el 5% de los aceites utilizados), ayuda a tus defensas, etc. – y descubrir que a veces cuestan lo mismo que un producto ecológico. Recuerdo el día que encontré una miel de castaño ecológica solo 50 céntimos más cara que un frasco con mezcla de mieles europeas y chinas, eso sí, con esencia de azahar, estupenda para ayudar a dormirse. Vale que la miel ecológica estaba de oferta porque estaban liquidando una campaña anterior de productos asturianos, pero eso me motivó a seguir buscando y a preguntarme, ¿por cuánto lo compró el súper? ¿cuánto costaba antes? ¿me están timando? ¿quién? Y es que a veces el precio de las cosas a veces no se corresponde con su valor.
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