Sólo quieren poder hacer su trabajo, que fíjate tu por donde, es dar de comer a la gente.
Nos perdonaréis este comienzo tan brusco, pero cada cierto tiempo surgen cosas que nos enfadan un poco. Aunque también nos dan trabajo, y visto lo visto, parece que tenemos mucho por delante.
La imagen que ha provocado esta entrada es esta:
Efectivamente vivimos en un mundo que está no sé si al revés, o patas arriba y en el que la frase “el que contamina, paga” acaba siendo a menudo una vacía declaración de intenciones. En eso sí estamos de acuerdo, el resto nos parece muy matizable.
Empecemos por los agricultores convencionales
Se da a entender que pueden usar “venenos” para todo y en cantidades industriales, para matar insectos y malas hierbas. Quiero creer que con lo de añadir “veneno” a los alimentos, se refiere a los tratamientos post-cosecha para que estos no se estropeen. Ah, respecto a esas sustancias asesinas, es preferible llamarlas productos fitosanitarios, (en adelante PF).
Efectivamente sus productos no tienen una etiqueta que advierta que se han utilizado fitosanitarios, lo cual no significa que los agricultores puedan hacer lo que les de la gana y nadie les controla. Para nada: tienen que tener un carnet de manipulador de PF, llevar al día el
cuaderno de explotación en el que se anota cualquier tratamiento, los equipos con los que se aplican estos productos tienen que pasar por una especie de ITV y los productos obtenidos
son analizados en busca de residuos de PF, oficialmente y por parte de las propias cadenas distribuidoras (con estándares a veces incluso más exigentes).
Y es que el consumidor está muy preocupado por el uso de estos productos, preocupación que se amplifica y distorsiona en los medios de comunicación y las redes sociales, que influyen cada vez más sobre los políticos encargados de legislar en la Unión Europea, y como resultado se desautoriza el uso de muchas sustancias activas.
El problema es que el ansia por quitar fitosanitarios del mercado supera al ritmo de desarrollo de sustancias nuevas y mejores para luchar contra plagas. Así, en cada temporada el agricultor se encuentra con menos posibilidades para proteger sus cultivos.
Por si no quedara del todo claro, pongamos un ejemplo algo surrealista. Imaginad que trabajáis en una oficina en la que habitualmente se tienen que imprimir documentos. Resulta que un alto cargo se ha sacado de la manga una cantidad tremenda de normas para que se haga un uso racional, sostenible, eficiente, seguro, bla bla bla de la impresora.
Por ejemplo: sólo pueden imprimir determinadas personas, en días alternos, un número de páginas por día, y cuando se gasta la tinta sólo se puede pedir a un proveedor que tarda meses en servirla. Imaginad lo que supondría imprimir un simple formulario. ¿Y si encima si las normas cambiaran cada año y fueran cada vez más restrictivas? Lógicamente los clientes se van a la competencia, porque según dicen, sus trabajadores son más rápidos, no están siempre enfadados y te imprimen lo que necesites. En este vídeo tan majo se resume un poco la situación.
Y ahora vamos con los ecológicos
Siguiendo con la comparación de la impresora, podríamos decir que los agricultores ecológicos empezaron montando su “oficina” sabiendo que podrían utilizar a lo sumo tres o cuatro modelos de impresoras; no son las mejores del mercado pero sí muy ecológicas por estar construidas con materiales reciclados y que funcionan con tintas hechas a base de pigmentos naturales, en ambos casos difíciles de encontrar, y caras.
También tienen que seguir ciertas normas a veces inexplicables, pero como que el que se las inventó era muy ecologista todo el mundo da por hecho de que estarán bien puestas. Así que nadie se molesta en cambiarlas y los empleados imprimen muy poco, pero trabajan más relajados.
Ya he escrito en otras ocasiones sobre agricultura ecológica por lo que no voy a extenderme. Simplemente quiero recordar varias cosas: el agricultor ecológico debe cumplir con las mismas exigencias de cara a la salubridad de los productos. No lo olvidemos, la agricultura ecológica también utiliza algunos productos fitosanitarios, y las precauciones para su uso son las mismas que en la convencional; respetar los Límites Máximos de Residuos, los plazos de seguridad, etc.
¿Que sigue unas normas más rigurosas? Yo más bien diría más restrictivas, ya que el Reglamento de Producción ecológica al agricultor le deja hacer menos cosas. El rigor y el dinero a pagar para conseguir la ansiada etiqueta dependerán del organismo encargado de la certificación que le haya caído en suerte: en la mayoría de CCAA son públicos, Castilla la Mancha y Andalucía han delegado funciones en sistemas privados y Aragón tiene un sistema mixto. Lo de siempre, cada uno “a su bola”.
¿Cuáles son esas grandes sumas de dinero?. Dependerá de si el agricultor se limita a producir o también comercializa, del terreno que tenga y lo que críe o cultive en el. Con
este documento del comité de AE valenciano, podéis haceros una idea: por ejemplo un pago fijo anual de 175 € más 18.22 € si tienes una huerta de una hectárea.
Resumiendo
La próxima vez que te vengan con milongas de este tipo, acuérdate: ni los agricultores convencionales son unos asesinos ni los ecológicos las Hermanitas de la Caridad. Pero posiblemente ambos tengan una cosa en común, prefieren dedicarse a producir alimentos que a rellenar e imprimir informes sobre los productos fitosanitarios que utilizan o dejan de utilizar. Aun así lo hacen, por el bien de todos.
Otras entradas que te podrían interesar:
¿QUÉ ES Y QUÉ NO ES UN PRODUCTO ECOLÓGICO?