Quizás hayas visto un montón de árboles con la mitad inferior del tronco pintada de blanco. No nos referimos a las pocas arboledas que deben quedar a lo largo de las carreteras pintadas para mejorar su visibilidad sino a árboles cultivados (frutales, olivos u otros).
Pintar, o más específicamente encalar, los troncos de los árboles es una práctica agrícola que tiene sus defensores y detractores, ya que conviene saber cómo y porqué y con qué árboles merece la pena hacerlo. Muchos dicen que es para que no suban hormigas u otros insectos, otros porque queda bonito. Los verdaderos motivos son muy prácticos y tienen su fundamento científico.
Se trata de encalar, no de pintar
Normalmente se utiliza cal apagada, que se mezcla con agua hasta formar un engrudo lo suficientemente denso como para que se adhiera en la corteza. Exactamente igual que para las casas.
Los hay que pintan con otras sustancias – en base a látex o pinturas acrílicas – pero es muy importante asegurar que el tronco respire. Un exceso de cal o una pintura inadecuada
pueden obstruir las lenticelas (pequeños poros por donde el árbol respira) situadas en
la superficie del tronco, lo cual puede afectar su salud.
Para protegerlos frente a enfermedades y plagas
La cal actúa de dos maneras. Por sus características químicas tiene propiedades antimicrobianas y antifúngicas que contribuyen a prevenir enfermedades causadas por bacterias y hongos respectivamente (si el nombre te suena raro acuérdate de que a los champiñones de la pizza los llaman funghi). Una vez aplicada la cal sobre el tronco forma una capa protectora que impide que algunos microorganismos entren por grietas o heridas y, además, repele a algunos insectos.
Por otra parte, esa cal aplicada al tronco se lo pone más difíciles a insectos perforadores y al tapar grietas o pequeños huecos le pone más difícil a los insectos la tarea de encontrar el lugar perfecto para esconderse o poner sus huevos.
De esta manera, si en la zona abundan insectos que pueden hacer daño a los árboles cultivados, el encalado es una forma bastante sencilla y económica para evitar que se instalen en el cultivo durante los meses fríos y lo ataquen en cuanto aparece el calor.
Por su efecto protector frente al sol
Se podría decir que el encalado es la “crema solar” de los árboles porque, entre otras cosas, también protege de quemaduras solares. Si bien los humanos tenemos que ponérnosla siempre, en los árboles frutales la decisión de hacerlo o no depende de varios factores.
Como el color blanco refleja la luz solar, al aplicarlo sobre el tronco se evita que este se caliente demasiado durante el día y se enfríe demasiado rápido por la noche. Esto resulta interesante especialmente en climas extremos, ya que el hecho de mantener una temperatura más estable en el tronco por una parte evita daños en la corteza y por otra favorece el desarrollo de las yemas. De esta manera se promueve indirectamente una mejor floración y fructificación.
Por su efecto en el suelo
Este efecto obviamente no es compartido con las casas, y puede ser beneficioso para el árbol o no serlo. Dependerá de las características del suelo.
Como ya hemos dicho que la cal no es una pintura, esta se va diluyendo con la lluvia o el riego y acaba depositándose en el suelo cercano. Normalmente la propia cal equilibra el pH del suelo y de esta manera favorece que los nutrientes minerales presentes en el suelo están más disponibles para la planta.
Si el suelo es ácido, la cal evitará que el aluminio se libere en exceso, lo cual puede llegar a intoxicar a las plantas. Sin embargo, si el suelo es básico o alcalino empeoramos la situación, ya que un aporte extra de cal puede hacer que el hierro (un mineral indispensable para el desarrollo sano del árbol) quede “secuestrado” en el suelo. De esta manera las raíces no puedan absorberlo y se produce una enfermedad denominada “clorosis inducida por cal”.
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